Rebeca III

Mia_Conti_@realmiaconti
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Relaciones Maduras. En el trabajo III

Ya os conté mi experiencia con Fran, mi proveedor de logística, pasados los años, se ha vuelto una relación llena de complicidad. 

Sobre todo cuando tenemos que hablar por trabajo, y previamente nos hemos calentado un poco antes por WhatsApp. 

No es lo habitual, pero de vez en cuando es un aliciente en las duras y largas jornadas de trabajo. Un comentario sobre la ropa interior que llevo, o uno sobre cómo le pongo la polla cada vez que piensa en mí, y algún sueño contado en horas laborales. 

Alguna vez hemos ido un poco más allá, pero solo de palabra, no de acto.

Hoy os quiero contar otra de mis experiencias, ya que después de Fran, ha habido un punto y aparte en mi vida. Sigo locamente enamorada de mi marido, pero las cosas en esta vida, pasan por alguna razón. Y he aprendido a disfrutarlas.

Era Navidad, y como todas las empresas, la mía no iba a ser menos, hicimos la típica cena de empresa. Todas las chicas nos pusimos monísimas para la ocasión ya que después nos íbamos a bailar a una conocida discoteca de la capital. 

La gerencia de mi empresa  había reservado, valga la redundancia, un reservado para nosotros y otra empresa del sector con la cual, mantenemos una estrecha relación comercial.
La cena estuvo bastante bien, la comida muy rica y la compañía también. Sí, sí, habéis leído bien. En mi empresa hay varios chicos que no están nada mal.

 Chicos, chicos ya no son, ya que todos rondamos los cincuenta, año arriba año abajo. Se mantienen en perfecta forma, son atractivos y simpáticos, pero sobre todo, tienen buena conversación.

 En la mesa nos sentamos los más afines juntos como siempre, no te vas a sentar en estas ocasiones con el que más petardo te cae de la empresa. Yo me senté al lado de Silvia, mi compañera de despacho, y justo enfrente nuestra, Carlos y Jesús.

 Menudos cachondos los dos, no paraban de meter pullitas entre las dos sucursales que somos, ellos pertenecen a la otra, pero por motivos laborales nos vemos casi todos los días.

 Por lo que ya nos conocemos bastante bien.
Una vez en la discoteca nos acoplamos en el reservado. Nos sentamos en una mesita como doce, y empezamos a hablar de todo. 

Otros mientras bailaban y el resto se mezclaron con los de la otra empresa. En nuestra mesa, entre risas, chistes y anécdotas de otras cenas, el ambiente estaba muy animado. 

No sé cómo, pero al final terminé sentada al lado de Carlos, y mucho menos sé cómo terminamos hablando de sexo, de lo que le gusta hacer en la cama, lo que a mí me gusta, lo que su mujer no le deja, lo que mi marido no me hace, y... “De lo guarro que es en la cama”. 

Esto último es una definición literal hecha por él. Esas palabras dichas al oído por la elevada música, encendieron mi volcán interior.

Habíamos bebido unas cuantas copas de vino durante la cena, ya se encargaba Carlos de rellenármela cada vez que la tenía medio vacía.

 Además en la discoteca ya habíamos pedido un par de copas, por lo que para alguien que no está acostumbrada a beber, ya era demasiado. 

Tenía que levantarme y airearme un poco, pero sobre todo moverme, y poner un poco de espacio entre nosotros. La cosa se estaba calentando, y yo tenía claro que no quería pasar ciertos límites.

 Así que le dije que me iba a bailar un poco con las chicas a la zona central de la discoteca, mejor que quedarme bailando en el reservado. Me daría más tiempo para que la cosa se enfriara y poder seguir disfrutando de la noche.

Ya en la zona central de la discoteca busqué a las chicas, y me uní a ellas. La música no me ayudaba demasiado, todo me parecía apropiado para bailar de forma sensual, moviendo las caderas y el culo bien sexy, todo producto del alcohol y de la conversación, supongo.
Ruth, una chica de la otra empresa, se aproximó por detrás y empezamos a bailar de forma juguetona. Yo me sentía la mujer más sexy de la discoteca.

 Ella puesta por detrás mía acariciaba mis caderas y bailaba bien pegada. Me pareció hasta sentir su respiración bien cerca de mi oído, y leves besos por mi cuello. 

Notaba los ojos de más de un hombre clavados, sin perderse nada de lo que pasaba entre nosotras. Íbamos girando al ritmo de la música, lo que me permitió hacer una panorámica de la pista de baile, levanté la mirada hacia nuestro reservado y ahí estaba Carlos, mirándome fijamente, instintivamente metí mis dedos índice y anular en mi boca, sacándolos lentamente, una vez fuera pasé mi lengua por ellos, mientras con la otra mano acariciaba la cabeza de Ruth que seguía pegada a mi. 

Sus ojos taladraban los míos y en ese momento me sentí lo suficientemente “guarra” como para perder los papeles por una noche.

Solo veía a Carlos en lo alto de la discoteca, el resto del mundo había desaparecido. Más tarde cuando iba recordando a cachos la noche, no me podía imaginar la locura que acababa de hacer delante de todos. Yo, lasciva, en medio de una discoteca con toda mi empresa delante, tonteando con un compañero.

Continué bailando con Ruth y las chicas un buen rato. Una vez que me sentí un poco recuperada me dirigí al servicio, y de ahí al reservado.
Estando esperando para entrar al baño, sentí unas manos en mi cintura, supuse que era Ruth, pero al tocarlas noté que eran de hombre.

- No te gires, siente el morbo de la situación. Tú y yo, no sé, piénsalo.

A renglón seguido sentí un tierno beso seguido de un mordisco en el lóbulo de la oreja. Noté como descendía flujo hacia mi braguita. 

No me giré, pero esa voz era claramente de Carlos. Mi mente empezó a barajar todas los posibles finales a esas palabras. 

Pero mi mente calenturienta, y mi sexo mojado, solo me permitían imaginar finales en los que acabábamos follando de forma salvaje en su coche, o en un hotel.

Sus manos estaban clavadas en mi cadera, y noté cómo su mano derecha agarraba mi cacha con contundencia. Lo apretó mientras sus dientes se calvaban en mi cuello.

 Un escalofrío recorrió mi cuerpo, mis pezones se endurecieron, mi piel se erizó y mis poros rezumaron deseo.

No estaba bien, nos podía ver cualquiera. Pero Carlos me tranquilizó, diciendo que nadie bajaría a estos servicios habiendo arriba en la parte de los reservados.

Me relajé, sin saber muy bien qué supondría. La fila iba avanzando y Carlos seguía detrás mía sin darme demasiado espacio. 

Volvimos a parar, y esa vez me cogió de la coleta, tiró de ella hacia atrás y a la derecha, clavando de nuevo sus dientes en mi lado izquierdo del cuello, marcándolos lo suficiente para hacerme un poco de ese excitante dolor pero a la vez flojo para que no me quedara señal.
La mezcla de alcohol, excitación y morbo hacía que cayera flujo por mi vagina. Mis braguitas ya no estaban humedecidas, estaban mojadas. 

Y yo solo pensaba en sus manos recorriendo mi cuerpo. Estábamos llegando al servicio, y mi excitación era más que notable. Volvimos a parar, y esta vez fui yo la que sin girarme, eché la mano hacia atrás hasta toparme con un buen bulto muy duro. 

Pasé mi mano por él varias veces, de arriba a abajo, y al igual que había hecho él con mi culo, le apreté el paquete y me eché hacia atrás girando levemente la cabeza para que pudiera oírme: 

- Mira lo que has conseguido, has hecho que pierda los papeles. – dije con una voz cachonda que no me reconocía ni yo.

Me quitó la mano y se acercó más, clavando en mi culo su pene como si fuera un puñal. Pasó su brazo izquierdo por debajo de mi axila para poder sujetarme del hombro, con su mano derecha controlaba mi cabeza, buscando mi boca mientras restregaba por mi culo ese puñal de filo afilado.

 Mi respiración se aceleró y el corazón se me desbocó cuando me giró de golpe y me incrustó contra la pared. Sin mediar palabra comenzó a comerme la boca, una pasión que hacía mucho que no sentía, casi con gula. 

Sus besos fueron correspondidos, estaba muy caliente, y no deseaba otra cosa que disfrutar. Perdí la noción de dónde estábamos y al igual que él acariciaba todo mi cuerpo, yo hacía lo propio con el suyo. ¡Joder este cabrón qué marcado que está! Mis manos se deleitaban y percibían perfectamente cada uno de sus músculos.

De repente paró en seco, abrimos los ojos y era una chica diciéndonos que si íbamos a entrar al servicio. Nos miramos y reímos a carcajadas. Pasé al servicio y Carlos no sé lo que hizo, pero cuando salí del baño no estaba allí.

Me había retocado el carmín y rehecho la coleta. Subí las escaleras decidida, aunque un poco nerviosa, la verdad. Al llegar había un sitio al lado de Carlos y una copa me estaba esperando. 

Me senté y discretamente le pregunté qué excusa había puesto. Él río, diciéndome que me relajara, que allí nadie se había dado cuenta de nada. Además, Ruth y otra compañera suya también habían tardado lo suyo en volver.

La noche fue transcurriendo con normalidad, la gente se empezó a despedir y yo decidí que las cinco de la mañana ya era hora de recogerse. Me despedí de la poca gente que quedaba, pero mi jefe me dijo que no se me ocurriera irme ni en taxi ni en Uber, que a él y a Carlos les pillaba de paso dejarme en casa, y que en diez minutos se iban ellos también.

A los diez minutos salimos de la discoteca rumbo al parking, pero por el camino mi jefe y tres más dijeron de ir a comer algo antes de volver a casa, yo miré a Carlos y dijo que nosotros nos íbamos. 
¡Joder qué sensación me recorrió el cuerpo! Cada centímetro de mi piel estaba excitado. 

¡Qué peligroso era aquello! Pero aún así, no quise pensarlo, quizás lo de los servicios fue eso, un simple calentón del momento.

El trayecto a casa fue bastante raro. Continuamos la charla que habíamos empezado en el reservado, y Carlos me fue animando a que tuviera un amante para que satisficiera aquello que mi marido no quería o podía darme. 

Pero por el contrario, me quitaba la idea de tenerlo por las posibles consecuencias.

Llegamos a la urbanización donde vivo, y aparcó justo antes de entrar, en el paseo que hay. Tiró del freno de mano, se desabrochó el cinturón, me desabrochó el mío y sin mediar palabra se abalanzó sobre mi boca. 

- ¡Joder Rebeca! Tu marido es un gilipollas, tanta mujer y no sabe qué hacer con ella.

- ¡Calla y bésame! No quiero pensar en él. Sólo quiero sentir lo que hace años que no siento.

Echó para atrás el asiento del conductor, mientras yo me subía encima suya, parecía desesperada o ansiosa, pero no solo lo parecía, lo estaba.

Llevaba deseando aquello toda la noche, aún a sabiendas que me arrepentiría justo después de terminar. Hacía más de treinta años que no estaba con ningún otro hombre que no fuera mi marido, y eso me causaba tantos nervios como excitación. 

No quería dejar pasar aquella oportunidad, y estaba decidida a disfrutar. Carlos se dio cuenta de mi mar de dudas, así que tomó la iniciativa. Me quitó de encima, poniéndome de nuevo en el asiento del copiloto, lo echó para atrás, me desabrochó los pantalones, me quitó las botas, y me dejó en braguitas.

Él se metió de rodillas entre mi asiento y la guantera, su coche tenía espacio suficiente, y colocó mis piernas abiertas encima del salpicadero, pasando por encima de sus hombros.

¡Dios! Hacía años que no hacía nada similar. Me sentía viva, deseada, sexy y muy muy “guarra”. 
Retiró la braguita a un lado, y pasó su lengua desde abajo hasta justo el límite superior de los labios exteriores. 

Toda su lengua bien abierta, sintiendo cada milímetro de mi humedad. Eché un poco más hacia delante el culo en el asiento, deseaba que lo hiciera en el ano.

- ¿Estás segura? – preguntó gentilmente, pero con una oscura mirada.

No hizo falta que le respondiera, con la ayuda de las manos abrí más mis nalgas para darle total acceso. 

Él recostó mi asiento quedando casi tumbada, me quitó las bragas y empezó a lamerme entera. Qué sensación más rica, excitante y morbosa.
Su lengua por mi ano recorriendo sus pliegues, mientras sus dedos se impregnaban de esa exquisita poción que se había estado cocinando a fuego lento durante toda la noche. 

Exploraba los surcos de mi sexo para introducirlos en él, lentamente, sin prisa, untándolos bien. Mientras, su lengua servía a ese plan supremo, mi dilatación, para mí primera posesión.

Su lengua dura jugaba en él, y sus dedos me llevaban hacia el paraíso. Cada vez estaba más excitada, y notaba cómo mi cuerpo se iba entregando a la relajación y y al placer.

Presionaba mi ano y sus dedos hacían virguerías dentro de mi. Esa forma de tocarme, de palpar toda mi cavidad, haciendo hincapié en la pared frontal, ligeros golpecitos, a veces circulares. Mmmm ¡Qué delicia! Notaba cómo mi cuerpo se estremecía. 

- Hazlo. Carlos, hazlo ya. – dije con voz entrecortada

Carlos hizo caso omiso, y siguió con su trabajo manual. Ahora también estimulaba mi clítoris, movimientos rápidos alrededor de él, pasando por encima de vez en cuando. 

Sacó sus dedos y los dirigió al único orificio que quedaba virgen en mí. Lo acarició suavemente, impregnándolo bien, haciendo una leve presión.

 Metió la primera falange sin ninguna dificultad. Lo dejó quieto dentro, su lengua jugaba con mi clítoris, empujó un poco más, seguía entrando fácilmente.

Comenzó a moverlo lentamente, lo sacó y metió un dedo más. Yo estaba gozando, qué sensación más extraña y a la vez tan excitante. Al ver que los dedos entraban con facilidad, y no me dolía, aceleró los movimientos de los dedos y de su lengua. 

Mis gemidos se escapaban de mi boca, estaba cachonda y a punto de correrme. 

- Sigue, sigue. No pares. Me voy a correr.

- Joder Rebeca, estás empapada. Quiero que te corras en mi boca.

Abrí un momento los ojos, y vi los cristales completamente empañados, gemía y mis piernas empezaban a temblar. No las podía controlar. Nunca me había pasado. Quería más, mucho más.

- Carlos, fóllame el culo – mi voz sonaba desesperada.

Mi cuerpo lo pedía, quería sentir su polla dentro de mi culo. Estaba agarrada al reposacabezas del asiento, empujando con mis talones. Le quería dentro, y le quería ya.

Carlos se incorporó, se bajó la cremallera y desabrochó el pantalón. No me había fijado hasta ese momento pero ahí dentro había una verdadera exquisitez. La sacó por encima del calzoncillo, y con voz juguetona dijo: “ ¿La quieres dentro?”

Cuando la vi no me pude resistir. Llevaba toda la noche pensando en cómo sería, como sabría y qué tacto tendría. Me incorporé yo también, la toque, la acaricié y echándole hacia su asiento me incliné para saborearla. 

Primero una pasada desde la base y luego solo el glande. Chupé con ganas, y cuando no se lo esperaba, me la metí en la boca todo lo que pude. Estaba desatada.

Mi excitación seguía subiendo. Me encantaba comerle la polla. Tenía el pubis y los huevos depilados, así que daba gusto.

Después de unos minutos, Carlos me quitó, estaba muy bruta y empezaba a clavarle los dientes, señal inequívoca de que mi orgasmo estaba a punto de llegar.

Volvió a echar el asiento mío para delante y me pasó al asiento de atrás. Puesta a cuatro patas, con mi rodilla izquierda apoyada en el suelo y la derecha en el asiento, me abrió las nalgas y me lamió de arriba abajo. 

Sentí su polla juguetear por mi coño, pequeñas entradas y salidas de él, solo la punta, la sacó y la restregó por todo lo largo de mi sexo. Quedando bien mojada. Entonces fue cuando se dirigió hacia mi culo. La puso justo en él, presionó un poco, sin forzar, cedió, gemí , paró, introdujo un poco más, gemí, paró, y así unas cuantas veces más.

Cada vez me sentía más llena, plena y… cachonda. Paró, y empezó a estimularme el clítoris. Necesitaba que me distrajera y relajara, y claro que lo consiguió. 

Sus dedos son maestros. Entonces, solo entonces sentí cómo su polla se deslizaba suavemente por dentro mía. Un baile acompasado por sus dedos. No tenía prisa, hasta que noté como cada vez entraba y salía con más facilidad.

- ¡Joooder Carlos! Joder. Sigue, sigue, me encanta. Más, quiero más. Más fuerte y más rápido.

- Ufff. Tengo la polla que me va a reventar. Tienes un culo muy prieto, joder. No voy a aguantar mucho.
Agarró mis caderas y empezó a taladrarme de forma frenética, cada vez más rápido y más profundo. En el coche resonaban mis gemidos, su gemidos, su cadera chocando contra mi culo, una verdadera sinfonía de placer. 

Cuatro embestidas fuertes, grito, grita, y el coche queda casi en silencio, solo se oían los jadeos de dos cuerpos sudados, dos cuerpos extasiados.
Nuestros líquidos mezclados, olor a sexo, los cristales rezumaban escondiendo lo que aquella noche había pasado. 

Cuando me pude incorporar, nos miramos y nos besamos. Nos vestimos y me terminó de acercar a casa. Nos dimos un piquito para despedirnos.

Al lunes siguiente en el trabajo todo el mundo estaba comentando la fiesta del viernes. Yo llegaba un poco acobardada por si alguien nos hubiera visto. Pero si alguien lo hizo, no lo dijo.
Carlos y yo seguimos trabajando juntos. 

Tuvimos nuestros deslices en alguna ocasión, y algún calentón en horario laboral. Pero ante todo, aquella noche se forjó una “amistad especial”.
Maria_Jose_Lopez_Malo

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