Metamorfosis

Amouranth_@amouranthoffical
Todos los días la misma rutina, de lunes a viernes mi despertador suena a las seis de la mañana. Es muy temprano lo sé, pero me gusta desayunar tranquila, sin que nadie me hable. 

Disfrutar de mi tostada de tomate, mi zumo de naranja recién exprimido y mi café. Mientras, ojeo el móvil, las noticias, los cotilleos de los grupos de WhatsApp y los del Facebook. 

Es increíble la cantidad de grupos que tengo, ya solo con los de los grupos de las clases de los niños, los de las mamás (esos subgrupos que se crean con las mamás que mejor te llevas) de cada uno de ellos, más los míos propios. 

Tengo para desayunar de sobra e incluso a veces, me falta tiempo.

A las siete de la mañana levanto a los niños, dos pequeños trastos de siete años y a la mayor de nueve. Les preparo el desayuno, se visten, se terminan de preparar las cosas del colegio y, a las ocho y media estamos saliendo por la puerta para llegar al colegio a las nueve menos cuarto.

A penas hay diez minutos andando, pero a la que les dejo en el colegio me voy directa al trabajo. Es la única manera de llegar a tiempo sin tener que recuperar el tiempo por las tardes.

Salimos en hora, bajamos a la calle, mochilas al maletero, y los tres duendes perfectamente abrochados en los asientos traseros. 

Me abrocho el cinturón de seguridad, meto la llave en el contacto y nos disponemos a ir al cole.

Algo no va bien, el coche no arranca, lo intento de nuevo y nada de nada. Hace un ruido extraño, como si quisiera arrancar, pero no pudiera.

“Joder, lo que me faltaba, justo hoy que tengo reunión a primera hora” pensé para mí, no quería pagarlo con los niños.

-          Vamos chicos, que hoy nos toca hacer ejercicio. Rapidito que llegáis tarde a clase.

Las mochilas rodando, las bolsas de educación física al hombro, y las quejas de ellos, llegamos al colegio a menos diez pasadas.

Por suerte el conserje no había cerrado aún la puerta, por lo que no les pondrían parte.

Todavía estaban allí Carlota y Begoña, dos mamás de la clase de los gemelos. Me llevo muy bien con ellas, me ayudan con ellos cuando llego tarde a recogerlos, incluso se los han llevado a sus casas hasta que yo llegara alguna vez que he salido demasiado tarde.
Amouranth_@amouranthoffical
Se sorprendieron al vernos llegar andando, así que les conté lo que nos había pasado.

-          Llama a la grúa y que te lo lleven al taller del primo de mi marido. Se llama Talleres Ponzano. Aquí tienes la dirección y el teléfono. Dile que eres mi amiga.

-          Muchas gracias Bego.

Llamé al trabajo para avisar que llegaría lo antes posible, les dije que me había quedado tirada en el camino, así no podrían decirme nada.

También llamé al teléfono que me había dado Bego, me lo cogió un hombre mayor, calculo que de unos sesenta años:

-          Hola buenos días, ¿Talleres Ponzano?

Joder, no sé por qué me vino a la cabeza: “Me la meneas con la mano” Me empecé a reír yo sola por dentro, vaya estupidez que se me había ocurrido. No me lo podía creer. Jajajaja.

Intenté mantener la compostura y le expliqué que era amiga de Begoña, que me había dado el teléfono y, a petición de él, le hice una brevísima explicación de lo que me había pasado con el coche.

-          Entiendo, déjeme su número de móvil y al cabo del día la llamamos. No se preocupe que en unos veinte minutos tiene allí una grúa. Dele las llaves al conductor, es de total confianza.

Cuando llegó la grúa, le di las llaves al conductor. El señor se ofreció a llevarme al trabajo. 

Me dejó casi a las diez de la mañana en la puerta de este. Por suerte Héctor, el conserje, me ayudó a bajar de la grúa. Subir había sido fácil, pero bajar con la falda de tubo y los tacones, fue bastante complicado.

Pasé por mi despacho, dejé el bolso y el maletín, y me fui directa al baño a retocarme. Estaba acalorada por el estrés que me había supuesto el comienzo de la mañana. 

Una vez allí, retoqué mi maquillaje, me peiné y coloqué la ropa.

Mi camisa estaba descolocada, así que la metí por dentro de la falda, remangué cuidadosamente los puños de ésta, dejándola como si fuera de manga francesa, y desabroché un botón más de lo habitual. 

Estaba acalorada, tenía que bajarme la temperatura. Humedecí mis manos en el lavabo y las pasé por mi nuca. 

Con una mano sujetaba mi melena castaña y con la otra me refrescaba. 

Repetí la operación, mojé también mis muñecas, me encontraba un poco mareada. Sentía cómo el agua caía por la nuca hacia el centro de mi canalillo. 

Notaba como las gotas de agua se deslizaban como las gotas de rocío en las mañanas de agosto en Ávila. 

Mi mente viajó por un momento a esas mañanas de adolescencia cuando salías de la discoteca y de camino a casa veías el rocío en las flores. Qué agradable sensación.

Una vez recuperada, me dirigí a comenzar mi jornada laboral.

El día fue un poco tormentoso, el tiempo perdido por la mañana me retrasó con el resto de las cosas que tenía agendadas.

A las cuatro de la tarde me sonó el móvil, era del taller, y sin querer empecé a reírme de nuevo, talleres Ponzano, me la meneas con la mano. 

Es increíble como ciertas cosas de la juventud se te quedan grabadas de por vida. Y en mi caso, cuando me salen rimas, soy incapaz de contenerme. 

Lo mismo me sucede con un compañero de trabajo, se apellida Montoya, ya os podéis imaginar la rima que aparece en mi cabeza cada vez que le nombran.
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-          ¿Sí, dígame? – Respondí lo más seria que pude.

-          Buenas tardes, le llamo del taller, era para comunicarle que, si no le viene mal, hoy mismo puede pasar a recogerlo. Pero tendría que ser a última hora, ya que aún no está terminado.

La voz no era la misma, ésta sonaba más joven, el timbre de voz era diferente y aunque fue muy educado, se le notaba más coloquial.

-          Sí claro, ¿cuál es la última hora?

-          Pues por ser tú cuando el coche quede terminado.

-          Uy, no por favor. Si me tengo que pasar por él mañana, sin problemas.

-          Tranquila, eres amiga de Begoña, así que luego me invitas a unas cervezas y listo.

Una sonrisilla tonta se me escapó, era una risa nerviosa, no sé por qué, normalmente no me gustan esta clase de cosas, pero ese timbre de voz revolvió algo en mi interior. Esas veces que no sabes lo que te pasa, pero que te recorre un cosquilleo por el cuerpo.

-          Vale. Entonces, ¿a qué hora?

-          Vente sobre las ocho, si está antes te aviso.

Terminé mi jornada, y llamé a Begoña para decirle que por favor se llevara a los niños. 

A la mayor no le hace gracia, así que ella se sube a casa de una amiga que vive justo encima de Begoña. 

Me dijo que sin problemas, ella se encargaba de darles una merienda cena y así cuando yo llegara, ya estarían listos.

A las ocho me presenté en el taller, la puerta estaba medio bajada y se oía ruido dentro. Llamé y esperé respuesta.

-          ¿Hola? ¿Hay alguien?

La puerta del taller empezó a elevarse, dejando ver el interior de este. Al fondo se veían varios coches con los capós abiertos, a la derecha otro elevado sobre un foso, y a la izquierda con el capó levantado el mío. 

Había una oficina, a la que se accedía por unas escaleras que salían como a mitad del taller.

-          Pasa, pasa. Ahora mismo salgo.

La voz procedía de debajo del coche. Fijé mi vista en el suelo, y allí me encontré unas piernas y unos pies debajo del coche. Me vino a la mente la imagen de la bruja mala del Este aplastada por la casa de Dorothy en el Mago de Oz.

Al poco, se oyó como sonaba el carrito de debajo del coche, y empezó a parecer el mecánico.

Mi mente voló como en las películas, esperaba a un tío en pantalones, sin camiseta, saliendo de debajo del coche, con el torso sudado, unos músculos bien definidos en los brazos, y la cara con mancha de grasa, la cual limpiaría con el pañuelo del bolsillo. ¡Vaya imaginación que tengo! Jajaja

-          Hola, soy Israel, Isra para los amigos. Perdona que no te de la mano, pero estoy un poco pringado.

Isra, un “yogurin”, no llegaba a los treinta y cinco, cuerpo atlético por lo que se podía apreciar debajo de la camiseta ajustada que llevaba. 

Estaba sudado, le caía el sudor por la cara, tenía los ojos marrones, perilla, y una sonrisa “Profiden”.

Me estuvo explicando lo que le había pasado al coche, pero no entendía demasiado, mi cara tenía que ser un poema porque en seguida me dijo: “Vamos, te he hecho un apaño hasta que me llegue la pieza nueva”

“Apaño, apaño es el que te hacía yo a ti” no me podía creer lo que mi mente calenturienta estaba pensando. Joder con el mecánico.

-          De momento aguantará, pero si te pasa cualquier cosa antes de que llegue la pieza, aquí mi tienes mi móvil personal, me llamas y me acerco personalmente.

Su móvil personal, me lo escribió en un trozo de papel, al dármelo rozó mi mano, más de lo que se supone que debería de haber hecho.

-          Dime que te debo, que tendrás ganas de irte. – dije

-          Tranquila, hasta que el coche no esté acabado no tienes que pagar nada, salvo unas cervezas, como te dije esta tarde. – Dijo finalizando con un guiño de ojo.

Me puse nerviosa, no entiendo el por qué, no era para tanto, pero el “yogurín” estaba tremendo, y yo había tenido un día muy agitado. Me vendría bien un poco de distracción.

Acepté pagar las cervezas y unas raciones. Se metió por una puerta que había a mano izquierda, me dijo que le esperara un momento.

A los diez minutos apareció por la puerta, con un polo blanco, unos vaqueros cortos desgastados, y deportivas blancas. 
Amouranth_@amouranthoffical
Al pasar por mi lado su olor me cautivó, olía a limpio, recién duchado. Sacó el coche del taller, y bajó la puerta. Se volvió a montar en el coche y dijo:

-          Sube, que te voy a llevar a la mejor cervecería lejos de este barrio de cotillos.

¿Estaba loca por subirme en mi coche con un desconocido que me iba a llevar a sabe Dios dónde?
Pues lo estaría, porque cuando me quise dar cuenta estaba sentada en el asiento del copiloto con el cinturón abrochado, y mi mente en plena ebullición de situaciones morbosas con el “yogurín”. 

Hotel de carretera, callejón oscuro, parking de tren, su casa…. Mi mente no paraba quieta. 

Me le imaginaba desnudándome y poseyéndome como nunca nadie antes lo había hecho. 

Creo que veo demasiadas películas, lo reconozco, pero estoy segura de que hay algo y no es solo en mi imaginación.

Condujo durante veinte minutos hasta una cervecería “La Antigua”, era muy sencilla, apenas unas mesas altas con taburetes altos, y una gran barra. 

Al entrar le saludó el camarero, era obvio que era cliente habitual, y él respondió al saludo de forma amigable.

Nos sentamos en una de las mesas, el camarero se acercó a tomarnos nota. Pedimos unas jarras de cerveza, y él pidió una ración de calamares y otra de bravas.

-          Jamás habrás probado una cocina como la de aquí. Está de chuparse los dedos, exactamente igual que tú. – dijo con una sonrisa amplia y pícara.

No sabía ni que decir, me quedé embobada ante su zalamería. ¡Qué coño me pasa con este pimpollo!

Nos sirvieron las cervezas y las raciones, el local se había llenado de gente en muy poco rato, y con las charlas y la música, Isra encontró la excusa perfecta para sentarse al lado mío.

Estuvimos hablando de todo un poco, pero todo liviano, y una de las veces que pinché bravas, Isra acercó su dedo gordo a mi comisura del labio y la limpió, llevándose el dedo a su boca.

“Mmmmm estás muy rica Milf”

¡Quién se cree para decirme eso! Mi cara cambió en el acto, cuando se acercó con ese mismo dedo y recorriendo mis labios, dibujando la línea de estos, apretando sutilmente lo introdujo en mi boca. 

Mi lengua se lanzó como una víbora de cascabel, lo lamía, lo chupaba, me gustaba ese dedo en mi boca. Mi mente volvió a imaginarse cosas, nosotros en el coche, su dedo en mi boca, su boca en mi sexo...

Cuando desperté de esa fantasía, sentí cómo mis carrillos estaban ruborizados, su mano seguía en mi cara y mi boca seguía lamiendo su dedo.

Mi mente volaba constantemente al mundo de Oz, su torso desnudo y sudado, y la realidad llamaba una y otra vez a mi puerta.

No sé qué me pasaba, pero ya estaba harta, allí no me conocía nadie, y me lancé. 

En uno de sus flirteos comí su boca, su mano agarró mi nuca, y la mía la suya, mientras que la otra por debajo de la mesa llegaba hasta su paquete. Choqué con algo duro, muy duro. ¿Es posible eso?

-          Milf, eso es culpa tuya. Ahora recoge que nos vamos.

No me podía creer lo que iba a hacer, pero ya estaba cansada de ser la madre y trabajadora perfecta. Ahora iba a ser una Milf, bien follada. ¡Qué coño una Milf! Soy una WHIP.
Maria_Jose_Lopez_Malo

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