El agua estaba teñida de escarlata y ella tendida como un muñeco inerte, con las manos hundidas en la bañera.
La cuchilla estaba tirada a un par de metros de distancia, impregnada de su sangre. Un horrible y doloroso espectáculo que nunca quise ver.
Sus gemidos se escuchan por toda la habitación. En plena oscuridad, veo como se arrastra cual rastrera alimaña.
La patada en las costillas no se la quita nadie como también el pisotón en la mano derecha. El tercero que se lleva y creo que esta vez, le he roto algún dedo. Dejo de pegarle y noto como se retuerce lleno de dolor.
En medio de la negrura, me mira. Sus ojos brillan por las lágrimas que no deja de soltar. Patético imbécil. En otro tiempo, presumía de ser el más macho y, ahora, se comporta como un cobarde, pidiendo clemencia para que lo deje vivir.
Su piel estaba toda blanca, los ojos cerrados y el pelo marrón caía por su espalda como una serena cascada, aunque algunos mechones se derramaban por sus hombros. Permanecía allí parada, como si el tiempo se hubiera detenido, como si no avanzase.
Por un momento, daba la sensación de que había muerto dormida y, en realidad, así fue como quiso que tuviera lugar su muerte. Tranquila, placida, perfecta para olvidar todo ese tormento. Lo único que deseaba era acabar con aquella tortura y, al final, lo consiguió.
Soy incapaz de creer que esté dándole una paliza de muerte. No logro concebir que haya hecho algo así, pero su recuerdo me impulsa a asestarle otra patada en su costillar, haciendo que emita un fuerte chillido de crepitante agonía.
De repente, en medio de mi cegada locura, veo que dice algo.
La sostuve entre mis brazos por lo que debieron de ser horas. Lloré tratando de pensar que aquello era un sueño, pidiendo a todos los dioses que de verdad no hubiera pasado. Le acariciaba el pelo, la estrechaba con fuerza, esperando a que despertase, que me dijera que seguía con vida.
—Hi…hijo —volvió a repetir de forma patética.
Apunto la pistola a su cabeza. Veo como vuelve a hablar, tratando de evitar que lo mate. Lo siento, papá, pero este es tu fin.
Mil lágrimas caían por mis ojos. Siempre la amé. En lo más profundo de mi corazón sabía que era verdad, pero nunca me atreví a decirle algo, pues la culpa y el miedo me corroían. Sin embargo, siempre supe lo que mi padre le hacía. Nunca llegué a verlo, pero lo sospechaba, sobre todo por como ella se comportaba, por su mirada triste y dolida.
Yo, idiota de mí, nunca me atreví a intervenir, dejando que ese monstruo la consumiera hasta que ella buscó escapar de la manera más desesperada posible.
Si yo hubiera sido más rápido y menos cobarde… La había abandonado y jamás me lo perdonaría.
Me apunto el arma a la sien. Al inicio, titubeo, no tanto por morir, sino por no tener la fuerza para hacerlo.
Bajo la pistola y me maldigo. Miro el cadáver de mi monstruoso progenitor y entonces, el recuerdo de ella regresa a mí. Cogidos de la mano, sin querer separarnos nunca.
“Juntos hasta el final.”
Ya no vacilo. Tomo aire, coloco la pistola de nuevo en mi cabeza y pongo mi dedo índice en el gatillo. Tiemblo un poco y entonces, la veo. Me sonríe tan placida. Muy pronto estaremos juntos. No sé dónde ni como, pero si tengo una certeza, es que volveremos a estar juntos.
Juntos hasta el final, querida hermana….
Lo siento mucho, querida hermana. Sé que no era lo que nos habíamos prometido, pero no puedo dejarla sola.
En cierta manera, tu recuerdo perdura ahora en ella y me voy a ocupar de que perdure para siempre, así que en verdad, no estoy incumpliendo nada.
Dijimos juntos hasta el final y así será.
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