Cristina pasaba mi mano por su entrepierna, mientras me miraba a los ojos y se mordía el labio de abajo.
Con su otra mano me empujó contra la pared del pasillo, acercó su boca a mi oído y dijo: “Tranquilo Juan, a tu padre no me lo he follado, tú eres el butanero de nuestra generación, y TODAS, te estábamos esperando”
¿Todas me estaban esperando? No podía creer lo que acababa de oír, me sentía como un objeto en manos de una mujer madura y atractiva.
Mi mano apretó su coño y la otra agarró su cuello, entrelazando mis dedos en su pelo, mi boca devoró la suya, mi lengua penetró sin pedir permiso buscando un lance con la suya.
Cristina me correspondió en el beso, su lengua luchaba con la mía en el interior de su boca.
Mi mano se paseaba por su entrepierna, apretando justo en la parte baja, marcando mi pulgar en su clítoris.
Se separó de mí, se desabrochó la blusa que llevaba, la dejó caer al suelo.
Me acerqué para besarla, pero ella me frenó. Dejó caer el sujetador, me cogió de la solapa del polo, llevándome al salón.
Allí me empujó en el sofá, estaba excitadísimo, pero a la vez acomplejado, no sabía si sería capaz, esa mujer ahí desnudándose para un mocoso de veinte años.
Cristina se bajó la falda, dejándola deslizar muslos abajo. Después, la braguita.
¡Qué imagen más sensual! Nunca había visto a una mujer desnudarse delante de mí, segura de sí misma, sin las prisas del polvo en el coche, ni a medio desnudar por un “aquí te pillo, aquí te mato” en cualquier lugar con poca iluminación.
La ropa cayendo por sus piernas, tirada en el suelo, ella sacando las piernas de dentro del círculo que había formado…Se acercó para desabrochar mi pantalón, pero yo ya me había adelantado.
Tenía una erección que me oprimía, me dolía dentro del pantalón. Y tenía que liberarla.
Cristina se acercó, y al coger el slip para bajarlo, mi pene salió como el payaso de la caja sorpresa. Casi la da en la boca, ella me miró y le salió una sonrisa pícara, casi endemoniada.
Se sentó en mis piernas, con las suyas abiertas, quedando su coño expuesto al roce del mástil que acababa de liberar. Podía sentir en la punta de mi pene el calor que emanaba de su coño. Era fuego. Ardía.
La cogí del cuello, y la apreté de las nalgas, con un movimiento brusco la traje hacia mí, y continuamos con el beso que habíamos empezado en el pasillo.
No fui consciente del tiempo que estuvimos besándonos, solo sé que mi polla y su coño estaban empapados cuando ella la agarró y se la metió sin mediar palabra.
Comenzó a cabalgarme, se separó de mi boca y sus manos se fueron a sus tetas. Unas tetas bien puestas, redondas, pezones prominentes, marrones.
Las agarró como una barca llegando con sus pulgares a esos botoncitos maravillosos que tenía bien marcados. Los acariciaba mientras su mirada se clavaba en la mía.
Estaba juguetona la Señora, pero mis hormonas veinteañeras estaban exaltadas y no estaban para juegos.
Me incorporé en el sillón, dejando sus tetas a la altura de mi boca y empecé a mamar como un bebé.
Me introduje su teta derecha en mi boca, succioné todo lo que me entraba en ella y, una vez dentro, mi lengua afilada se encargó de golpear ese pezón duro que previamente su pulgar había endurecido. Cristina empezó a gemir, echando la cabeza hacia atrás.
Su cadera se movía de forma constante, con movimientos oscilantes, hasta que después de llevar un rato chupando sus pezones, el movimiento se volvió más enérgico, con rotaciones circulares a la vez que subía y bajaba.
Notaba cómo mi polla palpitaba dentro de ella, si seguía así no podría aguantar mucho más. Así que la paré, la bajé de encima de mí echándola en el sofá, la abrí de piernas y contemplé esa maravilla chorreante.
Por aquel entonces no se llevaba el chocho pelón, pero Cristina lo llevaba muy cortito y arreglado. Cuando pasé mi lengua por entre sus labios, un escalofrío recorrió mi cuerpo.
Nunca había sentido tanto como aquella vez. Esa humedad, esa suavidad... Era increíble la cantidad de sensibilidad que quitaba el matojo de pelo que llevaban las chicas a las que se lo había comido.
Mi lengua disfrutaba de su suavidad, su mucosidad, su flujo era como el hilo del sirope que cae lentamente encima de las tortitas. Su flujo el sirope y mi lengua la tortita.
Nunca se habían quejado de mis cualidades como amante, pero claro, éramos todos medio novatos. Ahora iba a averiguar si mi instinto era bueno.
Pasaba mi lengua por entre sus labios mayores y menores, rodeaba su clítoris y de vez en cuando lo succionaba igual que había hecho con sus pezones.
Levanté la mirada y ahí estaba Cristina, con la espalda arqueada, apretando sus tetas y mordiendo su labio inferior mientras de entre sus dientes salían gemidos entre cortados.
Lo estaba haciendo bien, así que decidí ir un paso más allá, e introduje mis dedos corazón y anular en su coño.
Mis dedos se deslizaban por su interior, acariciaban toda su suave, pero a la vez rugosa cavidad, entraban y salían a mi antojo.
Mi lengua se centró en su clítoris, de delante a atrás, movimientos rápidos, ávidos. Mis dedos cada vez entraban más y más fuerte, hasta que una de las veces, dejaron de salir y se centraron en acariciar y golpear su pared interior.
Cristina gritó, temía haberla hecho daño y paré. Pero sus manos agarraron mi cabeza y me obligaron a seguir chupando su coño. De su boca solo salían gemidos y “no pares, joder, no pares”
Con los talones me daba golpes en el brazo marcando el ritmo, hasta que, tras unos minutos, cerró las piernas quedando mi cabeza atrapada entre ellas, mi boca casi hacía ventosa en su clítoris y mis dedos no paraban de moverse en su interior.
Cristina gritaba: ¡Ahhhhh! ¡Sí, sí, sí!
Su respiración agitada hacía que su pecho se elevara y bajara de forma rápida, empezó a moverse con mis dedos y cabeza aprisionada.
Recuerdo cómo su corrida iba saliendo poco a poco sobre mi lengua, mi boca fue recogiendo aquel manjar.
Ella seguía jadeando y apretando sus tetas, poco a poco se fue calmando, su respiración fue siendo más pausada y la presión en mi cabeza también fue disminuyendo.
Al ver lo que había sido capaz de hacer me vine arriba, y “El Butanero” nació.
- Y ahora Cristina, te la voy a meter hasta el fondo.
La agarré de las caderas, la atraje hacia el borde del sillón, me di apenas unos meneos para ponerla más a tono y se la clavé “hasta el fondo”.
De mi boca salió un soplido y de la de ella un gemido. Nos quedamos mirándonos, estaba muy prieta, sentí cómo estrangulaba con sus músculos mi polla, jamás me lo habían hecho, y tuve que respirar para no dejarme ir. Cuando me centré de nuevo, empecé mis arremetidas.
Mi pubis golpeaba en el suyo, era tal la profundidad con la que arremetía, que su cabeza chocaba con el respaldo del sofá.
Cristina llevó las manos hacia atrás para intentar parar los golpes.
Mis embestidas eran lentas, marcando cada vena, cada centímetro de mi polla en su coño, ella seguía manteniendo los músculos tensos, por lo que tenía que mantenerme concentrado, controlando la respiración.
Justo cuando quedaba poca polla por meter hacía un movimiento brusco de cadera para clavarla, y que la sintiera toda.
Empecé a meterla y sacarla, rápidamente, superficialmente, solo hasta el salto del capullo. Su coño prieto, mi capullo entrando y saliendo, nuestras miradas fijas. Más y más.
Las tetas de Cristina empezaron a botar levemente, ella seguía con las manos atrás apoyadas en el respaldo, cuando se la metí hasta el fondo, pero esta vez ya no había miramiento alguno.
Entré y salí brutalmente, una y otra vez. Ahora sí que nuestras pelvis chocaban, mis bufidos se mezclaban con sus gemidos, con algunas palabras casi incoherentes, aceleré más, apenas podía sostenerme ya.
Mis tríceps temblaban, sentía cómo los huevos se me iban subiendo, apreté el culo, y me dispuse a dejarme ir.
Una corrida descomunal inundó el coño de Cristina a la vez que ella me atrapó entre sus piernas, limitando mis movimientos, alcanzando su segundo orgasmo y gritando a pleno pulmón: ¡Ya está aquí El Butanero!
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