Era un martes por la mañana, me suena el móvil.
Consulto la pantalla y veo que es un correo. No puedo abrirlo para ver qué era ya que estaba planificando las cargas de la semana próxima con Fran, pero estaba tranquila ya que no era del colegio de los niños, tengo diferenciadas las notificaciones, así que no era nada importante.
La relación con Fran llevaba varias semanas muy tranquila, nada de conversaciones con dobles sentidos, ningún GIF, ni nada fuera del ámbito profesional.
Era extraño, y lo echaba de menos. En muchas ocasiones ayuda a llevar mejor el día.
A la hora del café, me acordé del correo, y entré a mirarlo:
“La Asociación de Antiguos alumnos de la Universidad de Deusto, te invita a conmemorar el 40 aniversario de la misma.
Por eso queremos invitaros a todos vosotros, al evento que tendrá lugar en nuestras instalaciones el próximo día 2 a las 20:00 horas.
Tendremos acto recordatorio de las promociones, cena y baile. ¡No te lo puedes perder!
¡Qué pereza! Pensé, la verdad. Habían pasado más de veinticinco años desde que terminé la universidad.
Todo el mundo recuerda aquellos años de manera fascinante, pero para mí, fueron solo un trámite por el que tenía que pasar. No hice verdaderas amistades durante mi época universitaria, de hecho, no mantengo ni he mantenido contacto alguno con ninguno de los que fueron mis compañeros desde el día de la graduación.
Al llegar a casa, y mientras me tomaba una cerveza con mi marido, le conté lo de la fiesta de la universidad. Él se emocionó como si fuera suya, y empezó a planificar el fin de semana.
- ¡Para, por favor! No voy a ir. No tengo nada por lo que ir.
- Rebeca por favor. Deja atrás las tonterías de la juventud. Eres una mujer excepcional, con una trayectoria tanto personal como profesional increíble. Pienso que deberías ir.
- Te he dicho que no. No tengo ganas de ver a nadie. Además, nadie se acordará de mí.
Pasaron los días, y el tema quedó resuelto. Hasta que ese domingo recibí un WhatsApp, me habían incluido en un grupo: “Promoción 93-98” Entré por curiosidad, y allí estaban todos, recordando las anécdotas de aquellos “maravillosos” cinco años.
Mandaban fotos, se reían recordando cosas que habían pasado, todos y cada uno de ellos (porque creo que estábamos las dos clases completas) actuaban como si todo hubiera sido guay, y se hubieran llevado de “puta madre” los cinco años.
Esa falsedad no la soporto, lo que afianzó más mi decisión de no ir a esa pantomima.
Durante la cena mi marido volvió a preguntarme por la dichosa convocatoria, y yo le conté lo del grupo de WhatsApp. No tenía ganas de discutir, así que cambié de tema.
Acostamos a los niños, recogimos la mesa y la cocina, y nos fuimos al dormitorio. Nos gusta pasar un rato tranquilos en la cama, hablando, viendo la televisión o bien leyendo antes de dormir. Esa noche, cogí directamente el móvil para leer algún relato.
Llevaba casi un año que me había aficionado a los relatos eróticos, y he de decir, que esas lecturas ayudan mucho a mi vida sexual en pareja, y por qué no decirlo, a mi vida sexual en solitario mucho más.
Aquella noche obviamente no pasó nada. A la mañana siguiente, habiendo olvidado lo de la convocatoria, pero caliente por el relato de la noche anterior, llamé a Fran con una duda absurda. Primera toma de contacto de la semana y duda resuelta.
No sé qué notó o intuyó Fran en mi voz, pero me escribió un WhatsApp preguntando qué es lo que me pasaba.
Así que le conté, le dije que no quería ir, que aquellos años no significaron nada para mí y que mi marido no lo entendía. Sorprendentemente, Fran me dijo las mismas palabras que mi marido, y fue un poco más allá, me dijo que tenía que ir para cerrar puertas y superar ciertas situaciones que se habían quedado pendientes y de malas maneras.
Después de la conversación seria, cansada de tanto melodrama, le mandé un GIF subido de tono, porque seguía caliente a pesar de la conversación previa.
Os extrañará, pero no me apetecía calentarme con mi marido, porque terminaríamos hablando de lo que quiero evitar, y sería como un cubo de agua fría cayendo sobre mí. Y... No con la imagen que tenemos todos de la mujer súper sexy, con camiseta de tirantes blanca y culotte, a la que le cae el agua suavemente por encima, recorriendo su esbelto cuerpo, dejándola mojada, aunque perfectamente peinada y maquillada, y sus turgentes pechos erectos co
n dos grandes huesos de aceituna marcados, visibles a través de la fina y empapada camiseta.
Fran fue prudente y no me siguió el juego, sabía perfectamente que no era el día de jugar, que yo necesitaba centrarme, pero me dejó deseosa de una de nuestras charlas:
- Hoy no es el día, cuando vuelvas de tu viaje y hayas zanjado tu tema pendiente, entonces, y solo entonces, tendrás lo que estás buscando hoy.
Cuando Fran se ponía en modo “macho alfa” mi interior se incendiaba, como buen cabrón, nada más terminar la conversación por WhatsApp llamó a la oficina. Se veía su nombre en el visor, así que lo cogí yo directamente.
- Dime Fran.
- Sí, Rebeca. -Su voz al teléfono era firme, pero dejaba un tonillo al final que...
Prosiguió diciendo: el camión para el norte esperará hasta que el tema de la carga esté solucionado. Cuando sepas el material me dices y lo cargamos. ¿Correcto?
¡Qué capullo! Ni camión ni hostias, sabe perfectamente lo nerviosa que me pongo cuando llama justo después de una conversación privada.
Volviendo al tema que nos ocupa, os cuento la conversación que tuve con Fran, detalles que, mi marido no sabe y no sabrá jamás.
Por razones que no vienen al caso, tuve que irme a estudiar la carrera fuera de mi ciudad natal, mis padres me metieron en un colegio mayor, pensando que allí estaría mejor que en un piso compartido. ¡Qué equivocados estaban!, mi residencia era un verdadero calvario.
Terminé en tiempo mis estudios, y solo por darme el capricho del viaje de fin de carrera me fui con el resto de mi promoción. Viaje increíble a Túnez. Todo hay que decirlo, no todo fue malo. Paisajes, cultura, desierto, playa...
Todo precioso, aunque también he de decir que, entre cada una de esas maravillas, podíamos apreciar la pobreza que existe en el país fuera de las zonas turísticas.
Por aquella época yo ya estaba con el que es ahora mi marido, pero mi viaje coincidió con sus exámenes globales, por lo que no pudo acompañarme. Hubiera sido maravilloso poder compartir aquel viaje con él. ¿Sería el destino?
Dentro del grupo de “amigos” éramos cuatro chicas y seis chicos.
Yo me llevaba especialmente bien con dos de los chicos. Ángel y Marcos. Ángel era un año mayor que nosotros, era de Ávila y Marcos era de Valladolid.
Quizás fueran los únicos que merecían un poco la pena. También era con los que más trataba, ya que les ayudaba con algunas asignaturas. Sí, era de las avanzadas en matemáticas financieras y en contabilidad me desenvolvía bastante bien.
Una de las noches bebí más de la cuenta, tonterías que se hacen para encajar dentro del grupo.
Estábamos de fiesta en una de las habitaciones, y la mía estaba en la otra ala del hotel.
Teníamos terminante prohibido andar las chicas solas fuera donde fuera y, nadie tenía intención de acompañarme.
La habitación de Ángel y Marcos estaba unas puertas más adelante, así que me quedé a dormir allí.
A la mañana siguiente, cuando desperté, Ángel yacía a mi lado.
Estaba dulcemente dormido, y solo llevaba los bóxer puestos. Yo estaba con la camiseta de tirantes y la brasileña, ni pantalones, ni sujetador, ni camisa.
¿En qué momento me había desvestido? ¿Habría pasado algo? Me alarmé, no recordaba qué había sucedido, apenas recordaba haber llegado a la habitación.
Abrí bien los ojos, y admiré el cuerpo de Ángel, tenía un torso perfectamente definido, la mano derecha metida dentro del bóxer, la pierna izquierda doblada bajo la derecha y el brazo izquierdo sobre su cabeza, se le marcaba el bíceps a pesar de tenerlo relajado.
No sé por qué me acerqué a olerlo. Olía a alcohol y tabaco, pero lo que me llamó la atención fue su olor personal.
Nunca creí en las teorías de las feromonas y resto de hormonas referentes al olor, somos humanos y siempre están camuflados bajo los geles y perfumes que usamos.
Pero ese día, allí, en aquella habitación de alguna ciudad tunecina, mis hormonas más primarias se activaron.
Unas ganas de besarlo, tocarlo, lamerlo y follarlo se apoderaron poco a poco de mí. Un instinto totalmente primario de apareamiento me poseyó.
Cuando me quise dar cuenta me estaba acariciando los pechos, mis manos los rodeaban y apretaban.
Deslicé mi mano por la tripa hacia abajo y me acaricié por encima de la braga. Hundía los dedos cada vez un poco más en cada una de las pasadas.
Saqué mi teta izquierda por encima del escote de la camiseta, mojé mis dedos y pellizqué el pezón. ¡Qué rico!
Mi espalda se arqueó, no podía moverme mucho ni hacer ruido, no quería despertarle. Sería fatal que lo hiciera.
Introduje la mano por dentro de la braguita, abrí ligeramente las piernas para poder acceder mejor. Paseé mis dedos suavemente, disfrutando del momento, mis ojos estaban fijos en la cara de Ángel.
Por suerte no había persianas y las cortinas dejaban pasar la suficiente claridad para poder vislumbrar y admirar ese cuerpo.
Nunca le había visto de esa manera, pero ahí dormido con sus rizos alborotados, mis manos recorriendo mi interior despacio, sin prisas.
El pulgar en el botón de encendido puesto, jugando con él, acompañando a los movimientos internos de los otros.
Círculos en las paredes interiores, pequeños golpecitos, volví a pellizcar el pezón. Me mordí el labio cuando mi pulgar apretó más mi clítoris, dando vueltas sobre él y bajando por toda mi raja.
Mi respiración se aceleraba, notaba el palpitar de mi corazón en la entrada de mi coño, signo del orgasmo al pie del abismo mismo.
Con las plantas de los pies apoyadas en la cama, mi espalda arqueada, la cabeza hacia el techo con los ojos cerrados y mordiendo mi brazo izquierdo, el éxtasis llegó a mi cuerpo con apenas unas embestidas más.
Estuve así apenas un minuto, el tiempo justo para recuperarme y volver recomponerme. Coloqué mis braguitas y la camiseta.
Al hacerlo miré hacia Ángel, seguía dormido, pero dentro de su bóxer se apreciaban unos pequeños movimientos, sutiles, pero...
¡Dios que vergüenza! Me levanté de la cama, busqué mi ropa, que no sabía dónde la habría dejado, y justo cuando me iba a ir:
- Rebeca, espera. No puedes irte sola.
- Siento haberte despertado.
- Ojalá y lo hubieras hecho cuando me oliste.
¿Seguía aún borracha? ¿Le había escuchado bien? Sin mirarle a la cara, salí de la habitación y le esperé fuera. Me acompañó a mi habitación sin mediar palabra entre los dos.
Cuando llegamos a la puerta de mi habitación Ángel dijo:
- Rebeca tranquila, no pasó nada. Sólo me acosté y dormimos.
Entré en la habitación, cerré la puerta y durante el resto del viaje no me volví a quedar a solas con Ángel.
Y ahora con toda la información. ¿Debería ir a la reunión de antiguos alumnos?
👉Relato Anterior: Juan El Butanero 2
👉Relato Siguiente:
0 Comentarios
Déjame saber que te pareció este relato, por favor solo te pido que seas respetuoso con lo que escribes