Juan "El Butanero"

Mia_Conti_@realmiaconti
Buenas tardes o noches. Si me lees de día, buenos días. Esto que os quiero contar es una breve historia de las muchas de mi vida.
Por el título, habréis adivinado que he sido butanero, y es más, fui el hijo del butanero en un pueblo de Madrid.

Mi padre se llamaba Santiago, y era conocido en todo el pueblo. Todas las vecinas le conocían y le querían.

Recuerdo ir con él por las tardes dando un paseo, y todo el mundo le saludaba, me sentía el niño más afortunado del pueblo, el más famoso. Al fin y al cabo, era el hijo de Santiago el del butano. A la edad de ocho años decidí que quería ser como él.

Lo que no sabía, era en qué consistía el trabajo de mi idolatrado padre. Uno de los días que no tuve colegio, le acompañé a hacer el reparto. 

Todo era normal, llegábamos al portal, contábamos las botellas que había y bajábamos del camión las nuevas. Después, una a una las íbamos subiendo a las casas. 

Mi padre siempre era educado, y les preguntaba a las señoras dónde quería que se las dejara. Y él muy amablemente, las dejaba en el sitio indicado.

Esa tarde, hicimos parada en la casa baja del final del pueblo. Para mí, era la casa de Doña Paula, la peluquera del pueblo. Cuando llegamos nos abrió la puerta, y rápidamente se cerró la bata, sorprendida le preguntó a mi padre, y él le dijo que no pasaba nada.

Doña Paula me preparó un vaso de leche con cola cao y unos bollos para merendar. Mi padre me miró y, con voz calmada me dijo: “Juan, la entrega de Doña Paula es especial, necesita de más tiempo, ya que se la tengo que meter hasta el fondo. Quédate aquí hasta que yo termine”

Como un niño inocente obedecí a mi padre, y mientras él pasaba con el butano hasta el fondo de la casa, yo me quedé merendando y viendo los dibujos que me había puesto Doña Paula.

Nunca imaginé lo que significaba “metérsela hasta el fondo” hasta mi primer servicio especial.

Era el día que mi padre me daba el testigo como butanero del pueblo, él todavía estaba bien para trabajar, pero por edad y pequeños achaques, le dejaron en las oficinas centrales, unos pueblos más al sur del nuestro.

Aquella mañana, con mis veinte añitos recién cumplidos, recién llegado del servicio militar, me levanté y me vestí portando con orgullo el uniforme. 

Fui hasta las instalaciones y fiché. En la mili fui listo y me saqué el carné especial de mercancías peligrosas, así que no tuve ningún problema para entrar a trabajar. Una vez en la central me asignaron el camión y la ruta.

Yo no hacía más que mirar los encargos de la ruta, y en ningún sitio veía la palabra “especial”.
Es cierto que, durante años, había olvidado aquella tarde donde Doña Paula, pero al tener la ruta en mis manos me vino a la cabeza. 
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Vi perfectamente a Doña Paula cerrarse la bata cuando abrió la puerta y me vio al lado de mi padre. Iba en ropa interior, sencilla, pero… ¿Quién recibe al butanero en braga y sujetador?

Orgulloso y nervioso comencé mi primera jornada laboral, por fin dejaría de ser el hijo de Santiago el butanero para ser Juan "El Butanero".

Llegué al primer portal, y tal como había visto hacer a mi padre miles de veces, llamé al telefonillo, al entrar conté las bombonas que había. Debería de coincidir con el número que aparece en la ruta, pero muchas veces algún vecino se despista y no ha dado aviso.

Una vez contadas, y llevadas las nuevas al portal, empecé a repartirlas por pisos. Comencé por la última planta y fui descendiendo.

Todo fue como la seda, tardé más de lo que debería haber tardado, pero en todas las casas tuve que ir presentándome, y despidiéndome por mi padre.

Unas cuantas calles más al norte, llegué a una casa baja que había entre dos edificios de tres plantas. 

Allí había vivido toda la vida Doña Rosario, la directora de la escuela de danza del pueblo. 

Una mujer de espectacular cuerpo, incluso ahora con sus setenta años. Siempre fue la comidilla del pueblo porque tuvo a Cristina siendo soltera. 

Mi padre me enseñó a respetar todas y cada una de las vidas y decisiones de las personas del pueblo. A no juzgar, y tratar ecuánimemente a todo el mundo.

Doña Rosario estaba en una residencia para la tercera edad, y en su casa vivía Cristina. Era unos quince años mayor que yo. Llamé al timbre y me abrió.

Mujer morena, metro setenta y cinco, ojos marrones oscuros, labios pequeños pero jugosos, buenas curvas. Se había dedicado al igual que su madre al baile, por lo que se encontraba en forma.

-          Buenos días Juan, tu padre me ha hablado mucho de ti.

-          Buenos días Doña Cristina. Espero que bien.

-          De Doña nada, la única Doña es mi madre.

-          De acuerdo, Cristina. ¿Dónde quieres que te deje las bombonas?

Cristina me miró de arriba abajo, y con una ligera sonrisa respondió:

-          Métemela hasta el fondo.

Como un calambrazo, me vi a mis ochos años en casa de Doña Paula, merendando mientras mi padre pasaba hasta el fondo de la casa.
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Cogí las bombonas y seguí a Cristina por la casa, me llevó al patio trasero y me señaló una especie de cobertizo. Me acerqué y las dejé.

De regreso a la casa, en el pasillo que iba hacia la cocina, Cristina se volvió, se paró y, tocándose el escote de la blusa me preguntó: ¿Tu padre te ha explicado todo lo que puedes hacer en tu trabajo? Acto seguido se acercó, me cogió la mano y se la llevó hasta su coño.

-          Juan, aquí es dónde me la tienes que meter, hasta el fondo.

Yo no era virgen, pero solo me había acostado con un par de chicas de mi edad, y joder, todo hay que decirlo, follarte a una mujer mayor que tú, con experiencia, y en secreto...Mi polla reaccionó de inmediato. 

Por otro lado, pensar que mi padre se la había estado follando... Mi capullo descartó de una sola palpitación aquella imagen.

Cristina pasaba mi mano por su entrepierna, mientras me miraba a los ojos y se mordía el labio de abajo. Con su otra mano me empujó contra la pared del pasillo, acercó su boca a mi oído y dijo:

 “Tranquilo Juan, a tu padre no me lo he follado, tú eres el butanero de nuestra generación, y TODAS, te estábamos esperando”

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