Aquel sábado por la tarde, después de la siesta, y después de haber tenido una sesión salvaje de sexo maravilloso, decidimos salir al centro comercial a tomar algo, y echar un vistazo a las tiendas de ropa.
Tenemos boda dentro de un mes, y aunque Jesús tiene trajes de sobra, me gustarÃa que se comprara alguno nuevo. Aunque la verdad, es una excusa para que cuando me compre mis trapitos no me pueda decir nada.
Primero fuimos a una cafeterÃa a tomar café, a pesar de la sesión maravillosa que acabábamos de tener, mi lÃvido seguÃa por las nubes.
Nos sentamos en una mesa de dos. La distribución del local no daba para mucho.
Las mesas en lÃnea junto a la pared, dejando un pasillo que llevaba a un mini salón de té que, como siempre, estaba lleno.
Es una sala muy acogedora, pero por desgracia hoy, no habÃa sitio, asà que nos tuvimos que conformar con las mesas del pasillo.
Me acerqué a la barra a pedir un café con hielo para Elena y un colacao con leche frÃa para mÃ. Ya sé lo que pensaréis, pero es que prefiero el colacao al café, y al fin y al cabo, voy con el amor de mi vida, quitando obviamente a mi hija.
Bastante tengo que disimular en las reuniones de trabajo, donde tengo que tomar café.
Al llegar a la mesa, Elena me estaba esperando con un brillo especial en los ojos, pensé que era por lo acontecido en la siesta, pero no. Su blusa estaba desabrochada un botón más de lo habitual, dejando ver el encaje oro viejo del sostén. ¡Joder! con lo que me gusta la lencerÃa.
Su mirada era de vicio, sabÃa que deseaba más, pero conozco a mi mujer, ella es más, cómo decirlo, ella es más recatada que yo.
Jesús se sentó en frente mÃa, sabÃa que me estaba mirando el escote, y yo más aposta hacÃa movimientos para que se me viera el encaje.
No me gusta insinuar en público, pero llevaba todo el dÃa con las hormonas revolucionadas, y deseaba a mi marido, le deseaba con verdadera necesidad.
Durante el café comentamos las compras que tenÃamos que hacer, el traje para Jesús, un traje informal y una camisa, no querÃa corbata, ya que la boda era en junio, y para esas fechas las temperaturas ya son elevadas.
Por mi parte, no sabÃa lo que me iba a comprar, seguramente algún vestido ligero de tirantes, y espalda al aire.
Era una boda civil de noche, por lo que se prestaba a ir más sexy. O quizás serÃa por mi estado de alteración.
Terminamos el café y fuimos a comprar primero lo de Jesús, pasamos a esa gran tienda con cientos de tiendas por todas las ciudades.
Era raro, pero no habÃa ningún dependiente, asà que nos tuvimos que servir nosotros mismos. Jesús es un tanto especial, y me costó convencerle de que se probara alguno.
Si vamos ahÃ, es porque se supone que te atienden.
Los probadores de caballeros estaban separados, ya que el traje finalmente lo elegimos de la zona de alta costura.
Jesús recordó que tenÃa varias convenciones ese verano fuera, y le iba a dar un buen uso.
Pasé al probador con varios trajes mientras Elena me esperaba fuera buscando algún dependiente por si me tenÃan que arreglar el bajo.
Me quité el polo, lo dejé en la percha, y cuando me estaba desabrochando el cinturón:
No me lo podÃa creer, ¿estarÃa equivocado? No, no podÃa ser Elena. Ella no serÃa capaz de una cosa asÃ.
La cortina del probador se abrió, y apareció Elena, llevaba la blusa aún más abierta, dejaba al aire casi toda la copa del sujetador.
Llevaba una chaqueta negra remangada hasta el codo, en la muñeca izquierda la muñequera con alfileres, pasó dentro del probador. La miré, irradiaba sensualidad.
- Perdone Señor, permÃtame que le ayude a vestirse. Tenemos un trato especializado y personalizado en clientes como Usted.
Me puse detrás de Jesús, le abracé por debajo de sus brazos, nos veÃamos reflejados en el espejo, bajé mis manos hacia su entrepierna.
- PermÃtame por favor.
Empecé en la cadera, bajando hacia sus bolsillos. Metà las manos en ellos, y clavé mis uñas en sus ingles.
Mis labios estaban pegados a su hombro, mi mirada se cruzó con la suya, le besé el hombro a la par que clavé mis dedos más.
Sentà cómo un bulto crecÃa dentro del pantalón. Desabroché el cinturón, quité el botón, bajé la cremallera. Fui recorriendo su espalda con mi lengua, con mis labios, llegué a la cintura y le bajé el pantalón.
Elena estaba desconocida, estaba preciosa con la chaqueta y la blusa casi desabrochada.
El hecho de provocar en un sitio público, el hecho de jugar a las dependientas, hacÃa desearla aún más.
Me volvà hacia ella cuando me bajó el pantalón, su mirada irradiaba deseo y yo solo deseaba poseerla allà y en ese momento.
TenÃa los pantalones casi por las rodillas, Elena me los terminó de bajar, me ayudó a quitarlos. Su mirada estaba fija en mis ojos mientras me quitaba los zapatos y sacaba los pantalones.
Echó los pantalones a un lado, y sus manos acariciaron mis piernas desde los tobillos hasta justo el comienzo del boxer.
Allà de rodillas mirando fijamente su ojos, sentà cómo mi sexo se humedecÃa de forma exponencial al tacto de mis manos en su piel.
Me quité los alfileres de la muñeca, los dejé en un rincón.
Deslicé mis dedos por dentro de los boxers. Estaba realmente juguetona, querÃa que me poseyera allà mismo, me daba igual la gente, los dependientes e incluso posibles cámaras que nos hubiesen grabado entrando al probador.
Rocé su escroto, sentà cómo se encogÃa. Jesús me levantó de manera brusca, me tiró de cara a la pared, levantó mi falda y arrancó mi tanga.
¡Joder! Iba a pasar.
Me abrió de piernas con sus pies bruscamente, noté su pene erecto en mis nalgas mientras una de sus manos estrujaba mi teta, la otra me agarraba del cuello y su boca devoraba mi cuello. Noté el flujo saliendo de mi coño.
Bruto, empalmado y cachondo mordÃa su cuello, abandoné un momento su teta para echarle el culo hacia atrás y penetrarla toscamente. Nos encantan los preliminares, pero hoy iba a follar a mi mujer allà y ahora.
Se la clavé hasta el fondo, entró perfectamente, Elena estaba muy mojada y mi capullo se hizo fácilmente camino hasta el fondo. Un gemido se escapó de su boca, la agarré del cuello más fuerte y tiré de su cabeza hacia atrás.
Sentà cómo su polla recorrÃa todo mi coño, fue brusco pero le acogió con una inundación en su interior. Pude oÃr su pelvis contra mi culo, un golpe seco. Su mano agarraba mi cuello, su boca devoraba mi cuello, se acercó al oÃdo y dijo:
- ¿Este servicio exclusivo no me lo cobrarán, verdad?
- Señor, yo solo querÃa ayudarle a vestirse.
Sus embestidas se hicieron más rÃtmicas, me separó más de la pared, casi doblada del todo.
Apoyé mis manos en ella, sus huevos empezaron a rebotar en mi culazo. Sus manos se pusieron sobre él, se aferró para balancearse.
Plas, Plas, plas...
La boca la tenÃa seca de la excitación. Un gemido más agudo se me escapó, tuve que morderme el brazo para no chillar, notaba su polla dura, gorda, jurarÃa que nunca se la habÃa sentido asÃ. Mi coño estaba más prieto, más sensible que de costumbre.
El morbo y la excitación nos estaban trasladando al súmmum del placer, apenas podÃa contenerme.
Pero necesitaba verla la cara, asà que me quité, la giré frente al espejo, la puse en la misma posición, y la penetré sin piedad.
Esta vez la tenÃa cogida del pelo, mi mano enrollada en él, como la correa de una perrita, tensaba su pelo para poder mirarla a los ojos.
- Eres mi perrita, y te vas a correr para mÃ.
Esas palabras, desencadenaron un cañón de fuego en mi interior acompañado de un orgásmo que hizo que me temblaran las piernas, mis manos descendieron por el espejo del probador, Jesús tuvo que sostenerme sin dejar de penetrarme hasta que su semen inundó mi coño.
Me corrà como si llevara dÃas sin hacerlo, cuando saqué mi polla de dentro de Elena me agaché para observar cómo le salÃa de ese coño dilatado, me acerqué a él y se lo limpié con la lengua. ¡Qué rica estaba!
La ayudé a levantarse y arreglarse. La besé dulcemente en los labios y en la frente. Le di un pequeño azote en el culo y la invité a salir del probador.
Si se quedaba allà conmigo no serÃa capaz de contenerme, y la volverÃa a poseer. Esa tarde habÃa nacido un instinto de posesión en mÃ.
Una vez recompuesta salà del probador, devolvà las cosas a su sitio y esperé a que Jesús saliera del probador.
Obviamente no compramos nada, nos fuimos riendo, cogidos por la cintura como quinceañeros.
Esa era mi mujer, mi amante, mi amiga, mi amor.
Ese era mi hombre, mi amante, mi amigo, mi amor.
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