Sin miedo a la Oscuridad 4

Ahí estaba yo, de rodillas en el suelo, medio espatarrada, despeinada, sudando y oliendo a rico sexo. Nunca imaginé que el sexo virtual llegase a ser tan excitante, tan intenso, y tan morboso.  

Las ingles y las piernas me temblaban, así que me quedé unos minutos ahí tranquila pensando en lo que acababa de pasar. En lo fantástico que había sido, y en lo que me esperaba después. 

Me di prisa en ducharme y arreglarme, no quería llegar tarde. Estaba de los nervios, por fin le iba a conocer, después de meses hablando con él, por fin conocería a Mi Pecoso. 

No sabía lo que me depararía la noche, así que me arreglé medio informal. Sin llamar demasiado la atención, me puse una falda plisada clara, zapatos de tacón, y una camisa de vestir terminando en un nudo a la altura de la cintura. Me recogí el pelo en una coleta alta, a la que hice unas ligeras ondas, dejando unos mechones sueltos cayendo a ambos lados de mi rostro. Maquillaje sutil destacando los pómulos y un ligero carmín rosado para los labios. 

Me miré en el espejo, y me volví a sentir la mujer más especial del mundo. Me puse la cazadora de cuero roja, el mini bolso negro y me dirigí hacia el restaurante donde habíamos quedado. 
No quedaba muy lejos de mi casa y tenía tiempo de sobra, así que decidí ir dando un paseo y de paso ir templando los nervios. 
Cuando giré la esquina había un hombre alto en la puerta, de espaldas anchas. Vestía unos chinos claros y cazadora de cuero negro. Tenía buen porte, claro que tampoco sabía si era él o no. Solo sé que tenía canitas. 

Me acerqué con paso decidido y al llegar a su altura se aproximó, me miró, me cogió de la mano y besó el dorso de la misma. 
- Buenas noches Mi Pecosa, estás arrebatadora.  
Era alto, diría que un metro noventa más o menos, ojos marrones, castaño oscuro con canas (he de decir que me vuelven loca) y barba arreglada. Su constitución era fuerte, así como se deducía por sus anchas espaldas. Su voz era mucho más interesante e intensa de lo que se le apreciaba por teléfono.  

Me quedé parada, nunca antes jamás me habían tratado así, el efecto fue…. ¿Cómo decirlo? Excitante, extraño, caballeresco… 
- Buenas noches.  

No supe qué más decir, él me notó tensa y me dio un beso en los labios. Pidiendo perdón por adelantado. 

Un beso tierno, dulce y a la vez lleno de pasión. Me ofreció su brazo para pasar al restaurante. Según nos acercábamos a la puerta me dijo que iba a ser una noche muy especial para los dos, y que me mostraría más cosas de su mundo, del que sería mi mundo con él. 

Al entrar nos acercamos a la barra, una chica morena de constitución delgada y ojos verdes estaba detrás de ella. 
David la saludó amigablemente y fue correspondido con una gran sonrisa. 

- Blanca, ella es Noemí. ¿Podrías por favor ayudarme? Eres un encanto señorita. 

- Noemí, ella es Blanca, una antigua amiga, que muy amablemente me ha ayudado en alguna ocasión. 

- Blanca, quiero que entres dentro y partas jamón para nosotros, cuando hayas terminado quiero que te metas la mano en el coño y la restriegues bien, quiero que huela a ti cuando nos lo ofrezcas. 

Blanca entró a la cocina, se veía desde la barra, cortó una buena ración de jamón. Desapareció por unos segundos y reapareció en la barra llevando el plato con jamón. Se lo ofreció a David, dejó la ración encima de la barra y pasó discretamente sus dedos cerca de la nariz de David. Noté cómo al acercar su mano inhalaba profundamente y me animó a hacer lo mismo. 

- Ahora por favor, cómete éste trozo saboreando tus dedos. 

Blanca obedeció sin más. Tomó el trozo de jamón que le ofrecía David y se lo comió, chupándose los dedos gustosamente. 

La dio las gracias, y posando su mano en mi espalda nos dirigimos hacia donde estaba nuestra mesa. 

Una vez en la mesa, me explicó que sería él el que me enseñaría, pero que quería mostrarme que le gusta que le obedezcan, pero que siempre sería libre de hacerlo o no. 

La cena fue transcurriendo de forma agradable aunque yo me notaba tensa, como una principiante, al fin y al cabo lo era, mientras llegaban los segundos David dijo: “Querida mía, necesito que vayas al servicio y me ofrezcas tus braguitas. ¿Sí? ¿Quieres hacerlo para tu Señor?” 

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, no esperaba nada de eso o ¿sí?. Bajé la cabeza asintiendo, cogí el bolso y me levanté. Al pasar a su lado me agaché y susurrándole al oído le dije: Sí, Mi Señor. Le di un ligero beso en la mejilla y me dirigí al servicio.  

Una vez en él, pasé a una de las cabinas, me quité las braguitas y las guardé en el bolso. Me sentía rarísima, nunca había estado fuera de casa sin bragas, la sensación era muy excitante.  

Fui hacia la mesa y al llegar, Mi Señor me paró, extendió la mano esperando mi ofrenda. Las saqué del bolso y las puse en su mano.

 Las cogió y las olió, para luego guardárselas en el bolsillo. Iba a regresar a mi silla cuando sentí una mano que se colaba por debajo de mi falda, justo por la parte en la que estaba pegada a él. La sentí llegar por mi muslo, palpar mi ingle y mi pubis. 

Cuando retiró su mano, mi sexo se había mojado. Me había tocado en medio del restaurante, sin importarle quién nos pudiera ver, o cómo me podría sentir yo. Aunque creo que él me conoce mejor que yo misma. 

Y esa situación me había puesto muy caliente, el morbo de ir sin ropa interior, que me tocara ahí de pie…. Mmmm nunca antes me había sentido así. 

Me senté deseando que terminara la cena, para poder estar por fin a solas con Mi Pecoso.  

Pero antes de llegar el postre, una orden más: “Amor, súbete la falda hasta arriba, y ábrete bien de piernas. ¿Sí?” 

Así lo hice, me subí la falda, y abrí todo lo que pude las piernas sin que se me notara. 

“Mete tu mano por debajo del mantel, y ábrete bien los labios para mí “ dijo acercándose al llenarme la copa de vino. 

Metí mi mano por debajo del mantel, y separé bien mis labios. Tenía el coño chorreando, temí por si se me hacía mancha. Cuando saqué mi mano, se le cayó el tenedor al suelo, y se agachó a cogerlo. 

Sabía que estaba mirándome el coño y me dieron unas ganas terribles de jugar. No sabía si estaba bien o no, pero volví a bajar la mano antes de que él se levantara y me acaricié el clítoris, sabiendo que sus ojos estaban clavados en él. Hice círculos, y me separé más los labios, dejándolo expuesto e hinchado. 

Cuando salió de debajo de la mesa con el tenedor, me dijo que había sido desobediente. Así que como castigo, me tendría que lamer mis dedos, y dejarlos bien limpios. Quería ver cómo lamía de forma lasciva. Quería una mirada sucia y entregada.  

Acerqué mis dedos a mi boca, y como si estuviéramos solos en aquella sala, pasé lentamente mi lengua por ellos, de abajo hasta la yema, la introduje en mi boca y clavando la mirada en Mi Señor empecé a moverlos dentro de ella. 

Al ver que realmente estaba disfrutando, me volvió a llenar la copa, y al acercarse me susurró: “Buena chica, ahora vuelve a meter la mano debajo del mantel y tócate para mí. No quiero que desvíes tu mirada de mí ni un segundo”. 
Estaba sobre excitada por la situación, pero aquello me sobrepasaba. ¡Quería que me masturbara en público!.  

Tímidamente metí mi mano bajo el mantel y sin apartar la mirada de él comencé a tocarme la pierna, primero el muslo, acercándome a la ingle, rozando los labios…. 

- Hazlo o me meteré debajo de la mesa y te lo tendré que hacer yo. 
Mi mente era un hervidero de pensamientos, era imposible que se atreviera a hacerlo él, pero ¿y si era capaz?...

Me moriría de vergüenza. Mis dedos se dejaron llevar por su voz, obedecían todas y cada una de sus palabras.  

Separé mis labios, seguí el surco de los labios internos hasta llegar a hundirlos lentamente en la profundidad de mi ser. 

Los introducía lentamente, no quería llamar la atención, pero Mi Señor no quería eso. Parecía como si no le importara que me vieran. 

“ Acaricia tu clítoris, rodéalo, sigue el camino marcado por tus labios hasta llegar a la entrada, y entonces… Mételos de golpe. Los sacas y los vuelves a meter. Vamos, obedece, sabré si lo estás haciendo” 

Obedecí, acaricié mi clítoris y recorrí mis labios internos hasta introducirme de golpe mis dedos anular y corazón, para ello tuve que echarme hacia delante en la silla, casi al borde de la misma, con mi espalda recta. 
Entonces acercó su mano sobre la mesa agarrando mi mano. Sus ojos eran fuego, no podía ni quería quitar la mirada ellos.  
- Cuando estés lista te puedes correr para mí. Aprieta mi mano pero no dejes de darme placer ni retires la mirada. No te preocupes de nada. 
El camarero se acercó para ver si necesitábamos algo más. Yo no podía parar de follarme el coño, estaba desatada, tenía mis uñas clavadas en su palma. 
Mi Señor dijo que estaba bien, que él no quería nada, y me preguntó si yo quería algo. No podía ni abrir la boca, si lo hacía gemiría y tampoco era capaz de mover la cabeza. 

- Noemí cielo, el camarero. ¿Deseas algo más? 

- No, gracias. – dije como pude.  

Mi mirada le taladró, haciendo que en su boca se esbozara un sonrisa pícara. Me apretó la mano y me dijo que terminara “su postre”. 

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