Era viernes por la noche, y llevábamos varias semanas sin apenas pasar un rato a solas, asĂ que decidĂ dejar a cada una de nuestras hijas con sus respectivos padres, y asĂ poder pasar una velada Ăntima.
Como habréis deducido, somos una pareja de separados, cada uno de nosotros tiene una hija con su anterior pareja. Nos conocimos en un viaje para separados con hijos, y la verdad es que en seguida tanto nuestras hijas como nosotros hicimos buenas migas.
Una vez colocadas las niñas con sus padres, me pasé por el supermercado para comprar las cosas para la cena.
No tenĂa muy claro el menĂş, pero a JesĂşs le encanta la comida italiana, y tampoco querĂa algo que fuera demasiado complicado de hacer para que me diera tiempo de arreglarme y poner un poco de ambiente.
Total, todos sabemos que en estos casos la cena es lo de menos, lo mejor y más importante es la compañĂa…. Y el postre.
El ambiente es fundamental, unas velas, buena mĂşsica, una luz tenue y, por supuesto, la puesta en escena.
Una vez comprado todo, y planificado el menú, llegué a casa, y lo primero que hice fue colocar el ambiente del salón.
Retiré todo lo de la mesa, puse un camino de hilo blanco, dos mantelitos individuales para poder cenar cerquita, con sus correspondientes servilletas, unas velas rojas y un cestito con pétalos de rosas.
Coloqué más velas por el salón, y encendà las luces led de debajo del mueble con luz cálida.
Copas, platos y cubiertos colocados. Me retirĂ© para verlo desde la puerta del salĂłn, y sĂ, estaba perfecto.
Ahora me tocaba a mĂ, tenĂa tiempo de sobra, JesĂşs no llegarĂa hasta las nueve de la noche, ya que como en estas dos Ăşltimas semanas, tenĂa reuniĂłn con los jefes de equipo del resto de sucursales.
Eran las siete, asĂ que me daba tiempo de sobra a prepararme.
ElegĂ del armario un vestido negro de tirantes fino y raja al lateral que llevĂ© a la boda de unos amigos, saquĂ© la lencerĂa pesada, es decir, la negra buena de encaje, incluso liguero, y coloquĂ© los tacones.
PensarĂ©is que para cenar en casa es una tonterĂa, pero si te lo montas bien, es de lo más excitante.
JesĂşs vendrĂa ya con traje, pero aĂşn asĂ le preparĂ© otro por si se querĂa duchar y cambiar mientras terminaba de servir la mesa.
Me di un baño, exfolié mi piel y me depilé para la ocasión.
A JesĂşs le gusta totalmente depilado, querĂa complacerle y por supuesto, verle la cara cuando lo viera. A mi no me gusta depilado entero, pero la ocasiĂłn lo merecĂa.
Y no suelo hacerlo. Se llevarĂa una grata sorpresa.
Hidraté mi piel con crema de caléndula, olor sutil, pero muy sugerente.
Sequé mi melena rubia, haciendo ondas, marcadas para que aguantaran.
Me maquillĂ© ligeramente, solo marquĂ© algo más las pestañas, eyeliner marrĂłn, ligero rubor en las mejillas, y eso sĂ, cuando llegara la hora, me pintarĂa los labios rojos.
Mis labios carnosos le privan, y más cuando los pinto de rojo.
No usé ni perfume ni colonia, para no mezclar olores, y que pudiera recorrer todo mi cuerpo como a él le gusta.
Me recogĂ el pelo en una coleta baja, para cuidar los rizos, me puse el tanga negro y me fui a la cocina.
Una vez allĂ, me coloquĂ© un delantal como los de doncella de las pelĂculas, abrĂ la botella de vino blanco fresquito, me servĂ una copita, puse el altavoz con jazz, y comencĂ© a preparar la cena.
El menĂş era sencillo, ensalada de tomates Cherry y mozzarella de bĂşfala con aceite de albahaca y unos penne a la boloñesa, para el postre habĂa comprado una tarta de tiramisĂş y helado de vainilla.
Eran las ocho y poco cuando me puse a prepararla. Estaba centrada, con mi mĂşsica de fondo, mi copita de vino, ya tenĂa la ensaladita hecha, ahora tocaba sazonar y preparar la carne.
Soy Jesús, y ya os está contando Elena nuestra pequeña historia.
Solo os dirĂ© que llegar a casa despuĂ©s de una semana horrible de trabajo, escuchar jazz procedente de la cocina, pasar por la puerta y ver a la mujer más sensual que he visto en mi vida, allĂ de espaldas, con su culo al aire, el hilo negro del tanga, y ese delantal de “pornochacha”, a su lado la copa de vino...
Esa imagen retirĂł de mi mente el cansancio, el agotamiento fĂsico y mental para dar paso a un calor interior, unas ganas locas de cogerla, sentarla en la encimera y follarla hasta caer rendidos.
No suena muy romántico lo sĂ©, pero es lo que mi polla pedĂa a gritos. Mi cerebro algo más racional, se fijĂł en el detalle del pelo, y las luces del salĂłn, me percatĂ© de la cita romántica que habĂa preparado. AsĂ que me dispuse a ser tierno y romántico.
Estaba sazonado la carne cuando sentĂ en mis caderas unas manos, y esos labios que me vuelven loca recorrer mi cuello.
¡QuĂ© dulce y tierno! Me volvĂ y le besĂ© apasionadamente.
No me apetecĂa para nada el romanticismo, querĂa que me empotrara allĂ mismo.
Le comĂ la boca, mis manos se deslizaron desde su cara hasta la entrepierna, fui correspondida brutalmente.
Era como si Ă©l estuviera pensando exactamente lo mismo, en pocas ocasiones habĂamos estado tan distanciados.
Ella estaba como yo, pero en ese perĂodo de tiempo, mientras que la besaba y ella bajaba su mano por mi entrepierna, me habĂan dado ganas de jugar.
- Elena, quiero jugar, vas a cocinar mientras te follo.
Se girĂł de nuevo hacia la encimera y siguiĂł sazonando y preparando la carne.
Mis labios empezaron por su cuello, mientras mis manos acariciaban sus glĂşteos.
SĂ© perfectamente lo que la vuelve loca, pero hoy no lo tendrĂa, o al menos de momento.
Con los pies la separé las piernas, mis manos hicieron una incursión entre sus muslos.
Era increĂble, podĂa sentir el calor que emanaba de su entrepierna con tan solo los besos del cuello.
AcariciĂ© su ingle, sin llegar a nada más, mi pulgar retrocediĂł hacia el ano. Mi otra mano acariciaba su tetita. Nunca pensĂ© encontrar la mujer perfecta para mĂ.
Pero Elena lo era, tetas pequeñas, culazo, perversamente caliente y lo más importante, mi mujer, mi amante.
Bajé besando su espalda hasta llegar a la curcusilla, me arrodillé delante de su culo para besarlo y acariciarlo.
Lo agarraba con ambas manos mientras me deleitaba en besar cada una de esas bellas nalgas. Elena se abrió más de piernas, dándome pleno acceso.
Estaba deseando que la comiera, y yo estaba deseando embarrarme de sus fluidos. Besé su nalga derecha desde fuera hacia dentro, y una vez en el centro, le abrà las cachas, separándolas introduje mi cara en medio de ese oasis de placer y lujuria.
Mientras picaba la cebolla, con las piernas separadas, JesĂşs lamĂa mi coño, su lengua ávida recorrĂa toda mi raja.
Se habĂa tumbado para poder tener mejor acceso, en cada pasada temĂa por mis dedos. Estaba demasiado excitada para seguir con un cuchillo en la mano.
- Elena, sigue cortando. Quiero follarte, lamerte, comerte mientras cocinas.
Continué picando la cebolla, el ajo y las zanahorias.
- Deja una zanahoria sin picar, lo mismo la vamos a necesitar.
Me levanté del suelo para que Elena pudiera coger la sartén de la gavetera.
Ese era un momento fantástico, la verĂa cĂłmo se agachaba, dejándome su hermoso culo en pompa.
Se acercó y no lo pude remediar, me acerqué, me saqué mi erecto miembro, y lo restregué por su culo. Bajé hacia su coño, estaba empapado, tras varias pasadas, lo introduje en su coño.
¡Dios! Era increĂble la primera penetraciĂłn, con sus piernas semi juntas, se las cerrĂ©, y empecĂ© a follarla. No podĂa parar, querĂa correrme asĂ mientras ella intentaba coger la sartĂ©n.
Varias embestidas fuertes, sus gemidos inundaban la cocina, dejó la sartén y se agarró las tetas.
- JesĂşs, sigue, sigue. Me voy a correr. Mmmmm sigue amor, sigue..
Elena estaba ahĂ a punto de correrse, y yo no podĂa parar de pensar en follarla en medio de la tabla de cortar.
Me quitĂ©, la cogĂ, y la puse encima de la encimera. La sentĂ© en la tabla, apartĂ© un poco lo que habĂa y la abrĂ bien de piernas. ApoyĂł un pie en la encimera y el otro en la puerta del horno.
- Joder amor...Tu coño, está...Pufff
Me mirĂł con su tĂpica mirada guarra, y ofreciĂ©ndose entera la penetrĂ© como si no hubiera un mañana.
Me ofrecà de la manera más guarra y sensual que sé.
Me salió sola al ver su cara y sus ojos admirando mi coño.
Me penetrĂł, su polla entraba y salĂa, nuestras miradas estaban fijas el uno en el otro. Ninguna palabra salĂa de nuestros labios, solo gemidos de placer.
Nuestros cuerpos se acompasaban. Jesús metió su mano por mi pelo, y me echó la cabeza para atrás. Besaba mi cuello, devoraba mis pezones.
Me retirĂ© del alcancĂ© de sus labios, estaba juguetona, y mientras Ă©l me follaba, mis dedos acariciaban mi clĂtoris.
Nuestras miradas volvĂan a clavarse la una en la otra. Esa sensaciĂłn de ser solo uno, esa compenetraciĂłn casi infernal.
Por un momento Jesús fijó su vista en mis dedos. Esos dedos juguetones que hábilmente me llevaban con paso firme y decidido por el camino del exceso.
A Jesús le encanta ver cómo me toco, y yo soy sabedora de ello. Asà que cuando quiero terminar de prenderlo lo hago, y le doy más aún cuando le miró fijamente a los ojos y le digo guarradas.
- ¡FĂłllame Mi Señor! Antes de que venga la señora de la casa. Dame bien fuerte, quiero que se corra dentro mĂa. RiĂ©gueme con su leche. Échamela encima de mis tetas.
Jesús aceleró sus embestidas agarrándome con una mano por la cadera y la otra casi arrancándome la teta.
Empujaba y gruñĂa, yo recibĂa y gemĂa. Un solo cuerpo, sudoroso, fundido en un orgasmo como entrante de la noche que nos esperaba.
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