La mayoría me conoce como el camarero buenorro de una conocida discoteca del centro.
Moreno, alto de espaldas anchas, de culo respingón y sí, doy la impresión de creído y chulo, pero así me quito de encima a todas las mocosas y mocosos impertinentes que se creen mejores que un simple camarero.
Pero solo los desviados de la norma moral me conocen como el Dueño y Señor del Andrómeda.
Sí, así es, el Andrómeda es mi club sexual, liberal, libertino, y todo lo que mis exclusivos clientes deseen dentro del consentimiento, de la seguridad y la sensatez.
Quizás os puedan sonar estos límites, pero son estrictamente necesarios para pasar una buena noche en mi humilde local.
La idea surgió por mi adicción al sexo.
Necesitaba poder saciar mi apetito sexual y a veces unas necesidades específicas que, en un coche, un servicio o incluso la intimidad de un hotel no te sirven para tal fin.
Hace un par de años me surgió la oportunidad de subarrendar la parte de atrás de la discoteca donde trabajo.
Hice un poco de obra, la dividí en salas más pequeñas, perfectamente equipadas cada una de ellas para diferentes usos, pero todas alrededor de otra central más grande.
Ni qué decir tiene que están perfectamente insonorizadas.
Hice una visita guiada por mis instalaciones a la gerencia de la discoteca, explicándoles que podrían promoverlas como zona VIP, reservados para reuniones o fiestas privadas de tamaño reducido.
Siempre con reserva anticipada, para poder dar un mejor servicio.
Pero siempre bajo mi aprobación.
Esta pantomima es más bien para que no pregunten demasiado, de hecho las salas cinco y seis están decoradas como simples zonas VIP, aunque adaptable a cualquier necesidad en un periodo corto de tiempo.
Estaba decidido a no ser el simple camarero, iba a triunfar en algo que además de fascinarme me daría dinero y mucho, mucho placer.
Elegí meticulosamente el día de la inauguración, aunque para eso tuve que pedir un permiso especial a los gerentes de la discoteca.
Les propuse hacer una fiesta de disfraces, más que nada por mantener un poco más el anonimato de mis clientes.
Pasarían más desapercibidos, en la gerencia no saben la realidad de lo que mi club iba a esconder.
Obviamente el día de la inauguración no hubo propaganda como tal en la discoteca, pero sí dentro de mi círculo de amistades.
De las seis salas pequeñas disponibles, dos las reservé, quedando el resto libres. Para ser la inauguración estaba más que bien.
Dado que tengo un largo historial en cierta app de sexo, me puse en contacto con la dirección de la misma y les ofrecí mis servicios para que su, también exclusiva clientela, tuvieran un lugar en el centro donde poder hacer sus intercambios sin miedo a ser juzgados ni señalados.
Antes de publicitarme en la app, modifiqué las notificaciones de la misma para que me saltaran todas y cada una de ellas, fui haciendo un estudio de los perfiles que frecuentaban la discoteca y la zona alrededor de la misma, y así hacerme una idea de cómo sería mi clientela en potencia.
No todos los miembros de la app tendrían acceso, ya que no quería que se convirtiera en un vulgar picadero.
Sería un trabajo de reconocimiento de campo.
Tal cual como suena.
Contraté un servicio de seguridad a parte del de la discoteca y un par de asistentes para las salas.
A todos y cada uno de ellos les hice firmar un acuerdo de confidencialidad.
La discoteca abrió a las diez de la noche, bastante gente fuera esperando ya, requisito indispensable para entrar, disfraz o cuanto menos máscara.
Yo tenía turno de barra hasta las cuatro, y allí es donde mis clientes se tendrían que dirigir para que les entregara el pase hacia Andrómeda.
Tarjeta dorada, nombre serigrafiado, número de sala o en su defecto sala central.
La tendrían que entregar al portero de la entrada, el cual les acompañaría hasta la misma, y presentaría a su asistente.
La discoteca se fue llenando. La música sonaba y para las doce de la noche la fiesta era plena.
Disfraces de todo tipo, policías, bomberos, ángeles, demonios, animales, azafatas, colegialas…. Ufff ¡Cómo me ponen estos últimos!
Mis clientes comenzaron a llegar, primero cuatro parejas de amigos que conocí en un viaje organizado.
Les di una tarjeta de la sala central, más tarde llegaron unos amigos de toda la vida con sus respectivas parejas, también irían a la sala central.
Allí les esperaba Miranda, bailarina de pole dance disfrazada de diablesa, junto a Claudio, el que sería su asistente personal esa noche.
Claudio iba con antifaz, pajarita, calzoncillo negro y por supuesto botas de militar, este no era un disfraz, si no el uniforme de trabajo.
Él se encargaría de que no les faltase de nada.
Ni que decir tiene que Claudio goza de un cuerpo en plena forma, que hace las delicias para cualquier mirada interesada en un Adonis.
La barra de Miranda estaba en el centro de la sala, alrededor de la misma unos sofás enormes modulares, mesas bajas para los invitados junto a otros sillones más pequeños distribuidos por toda la sala, y en uno de los lados, una mesa con una consola de mandos, y una caja de madera con todo lo imprescindible para una noche de sexo seguro.
Claudio les ofreció champán como obsequio de bienvenida, y unos canapés.
La música sonaba, Miranda bailaba, Claudio estaba atento a las siete parejas de la sala.
No quería que les faltase de nada.
Así que estaba en constante comunicación conmigo.
Claudio manejaba los controles de la mesa, yo ya le había explicado qué clase de fiesta privada se había organizado para esa noche.
Las parejas se fueron entremezclando, hablando y conociéndose.
La música y el buen ambiente estaba establecido y ahora era hora de recolocar la sala para un mayor disfrute.
Los sofás se colocaron en forma de dos camas cuadradas grandes, separadas por la barra de Miranda que poco a poco se había ido despojando de su disfraz de diablesa, quedándose únicamente con un tanga rojo, dejando sus firmes pechos al aire, su cuerpo escultural brillaba con destellos rojos, la música tornó más pausada y sensual, y mis clientes empezaban a relajarse.
Un grupo de siete, dos chicas, un chico y dos parejas hablaban tranquilamente en un lado de la sala, tenían un par de botellas de champán, y unos platos de canapés sobre la mesa.
Miranda bailaba en la barra, pero cuando bajaba y lo hacía en el suelo, lo hacía de manera sexy y provocativa, se tocaba los pechos, acariciaba su vientre, recorría sus largas piernas hasta el empeine, en su regreso lo hacia por la parte trasera para masajear su culo de forma sugerente.
Juan y Pedro la miraban, sentados en uno de los sillones mientras charlaban y se tomaban una copa, Juan desabrochó su bragueta y empezó a tocarse por encima del calzoncillo.
Pedro al verlo se acercó más a él y empezó a acariciarle la entrepierna. Se levantó, se bajó los pantalones y se abrió de piernas, dejando vía libre a Pedro.
Soraya, Vanesa y Lucía estaban hablando con Sergio y Lucas, dos de mis amigos de la infancia.
La chicas mientras hablaban se iban acariciando, cada vez más melosas, se daban piquitos entre ellas y eso a Sergio y a Lucas les iba encendiendo.
Entre ellas era un habitual estar juntas en estas ocasiones, se conocían ya perfectamente.
Sergio se acercó a Soraya, le pasó la mano por el pecho, unas tetas grandes pero bien puestas, le volvían loco las tetas grandes y cada vez que podía las disfrutaba bajo la atenta mirada de Aroa, su mujer, cuyas tetas eran pequeñitas.
Mientras Sergio tocaba las tetas de Soraya, Lucía le desabrochó la bragueta, sacó su polla ya morcillona y la empezó a menear, miró a su marido Luis que estaba en el otro grupo hablando, en busca de aprobación, y al recibirla sacó la lengua y comenzó a lamerla desde la base hasta al glande.
Las manos de Sergio sacaron las tetas de Soraya, devorándolas, las chupaba y mordía los pezones.
Se las intentó meter en la boca pero solo le cabían los pezones, unos pezones marrones oscuros y grandes.
Sus manos intentaban abarcar el resto del pecho, misión imposible, y eso le encendía más. Lucía chupaba su polla mientras que con su mano le tocaba los huevos.
Vanesa besaba la boca de Soraya, mordiendo sus labios, succionándolos, era correspondida con fuego.
La mano de Soraya se deslizó por debajo del disfraz de colegiala de Vanesa, buscando el botón de encendido.
Lucas se aproximó a Vanesa por detrás, la levantó la faldita y comenzó a magrearla las cachas. Los dedos de Soraya estaban entregados a su clítoris, Lucas la miró y la dijo que ella era suya, quería su culo.
Guio con su mano por la espalda a Vanesa para que se agachara, la bajó las braguitas con lacitos rojos de colegiala e hizo su primera incursión de la noche.
A Lucas le encantaban los besos negros, y aquella noche iba dispuesto a hacer más de uno y a follar a todos y cada uno de los culos besados.
Su lengua pasaba ávida por los pliegues del de Vanesa, la cual besaba a Soraya con desesperación.
Puso su lengua dura, e intentó abarcar hasta el coño, llegando al ano y ejerciendo presión, la agachó más, su lengua lamía y limpiaba sus flujos, intentos de penetración, quería follarla con su lengua.
Estaba completamente empalmado y excitado.
La levantó, la metió un dedo, lo sacó, la metió un poco más, con su otra mano la estimulaba el clítoris.
Soraya al verlo, le apartó la mano y lo empezó a hacer ella.
Lucas introdujo más sus dedos y al ver que ya estaba preparada, la volvió a poner a cuatro y le clavó su polla hasta las entrañas.
Estaba especialmente excitado, ya que hacía más de un año que no jugaban.
La follaba el culo con ganas mientras la daba pequeños azotes.
Soraya se centró en su clítoris diciéndola “Te tienes que correr puta privilegiada, que las demás también queremos ser folladas”.
Sergio seguía castigando los pezones de Soraya, la cual transmitía sus pellizcos al coño de Vanesa.
Soraya introdujo los dedos en el coño de Vanesa, anular y corazón y acompasándolos con las embestidas de Lucas llevaron a Vanesa al primero de los orgasmos de aquella larga, excitante y lasciva noche.
Lucía mamaba y mamaba la polla de Sergio con gula, mientras él seguía centrado en las enormes tetas de Soraya, su polla estaba que ardía por la intensa mamada a la que estaba siendo sometida.
Soraya retiró a Lucía, la besó en la boca y se sentó de espaldas a Sergio, se clavó en su polla mirando a Lucía, la que de pie frente a ellos alzó la pierna poniéndola en el sofá, echándose a un lado la braga de su disfraz de enfermera, dejando al aire ese coñito brillante.
El grupo de siete que antes charlaba en el otro lado de la sala, miraba con atención a sus compañeros de fiesta, algunos se tocaban entre ellos y otros solos, sin perder detalle de lo que estaba ocurriendo al otro lado de la sala.
Soraya saltaba sobre Sergio ante la atenta mirada de Lucía, la que se restregaba sus labios interiores, echó la vista atrás, buscando compañía.
Su mirada se cruzó con la de Aroa, la mujer de Sergio. Se levantó del sofá y se dirigió a gatas, moviéndose sigilosamente como la gatita que era hacia el coño empapado, abierto y deseoso de Lucía.
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